En su más puro estado, la ciencia ficción es el arte de expresar la realidad sorteando toda clase de censuras, autocensuras, y tabúes mediante la técnica de llevarla a otro tiempo y otro espacio. Aunque con numerosos precedentes (Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift es uno de los más significativos), tuvo quizás su momento de mayor apogeo creativo, además de su consolidación como género tal y como lo conocemos hoy, durante la satíricamente denominada “era McCarthy”. En plena caza de brujas, la censura llegó a un nivel de estridencia tal que muchos autores comenzaron a, como quien dice, viajar en el tiempo para evadirla.
Por ello la lectura de una buena obra de ciencia ficción puede llevarnos a dos tipos de análisis o reflexión: El primero, muy extendido a la par que completamente estéril, busca la verosimilitud de la obra, esto es, la capacidad de visión de futuro del autor, en sus detalles más superficiales: La tecnología que maneja la sociedad que describe, las características materiales y estéticas de su modo de vida, y en general detalles acerca del quién, el cómo, el cuándo y el dónde de los hechos que acontecen. El segundo, el que nos interesa aquí, busca la esencia de lo que el autor quiere transmitir recurriendo a un mundo imaginario (importante recordar este detalle) fuera del aquí y el ahora.
Ejemplificaremos esto con la novela que dio nombre a este blog y a esta editorial, que no es otra que 1984, de George Orwell:
Una mirada superficial podría llevarnos a la conclusión de que Mr. Orwell fue un visionario bastante torpe. Nos describe un 1984 en el que el mundo está dividido en tres grandes países. Uno de los tres, llamado Oceanía, cobija a gran parte de la sociedad occidental, que vive bajo un régimen dictatorial de corte estalinista en el que sus ciudadanos practican actividades tales como presenciar ejecuciones públicas y abuchear en masa a condenados a muerte al más puro estilo-cliché medieval, o insultar todos los días a la misma hora a un enemigo público en los designados “cinco minutos de odio”. Por añadidura, la informática no ha hecho su aparición, y la electrónica es prácticamente inexistente.
Ahora bien, bajo este extraño escenario ¿qué historia está realmente contándonos George Orwell? Básicamente, nos presenta una sociedad sometida a una rutina de hipnosis colectiva. Sus ciudadanos, aborregados y embrutecidos, viven vidas miserables, carentes de salud, vitalidad, y felicidad; sin embargo no son conscientes de ello porque el mensaje hipnótico y recurrente que reciben de los medios (el más importante de los cuales consiste en una pantalla audiovisual situada en el salón de todos los hogares) es el de que se vive en un progreso incesante, todo tiempo pasado fue peor, y la calidad de vida es mucho mejor que en cualquier otro lugar del mundo y bajo cualquier otro sistema presente o pretérito. Desde el momento en que la gente acepta esta realidad, necesariamente se vuelve incapaz siquiera de imaginar lo que realmente es la felicidad, la salud, o la libertad. Todas estas palabras han quedado vacías bajo el prisma del doblepensamiento, que consiste en pensar e incluso percibir las cosas en todo momento bajo la aceptación ineludible de las premisas del mensaje hipnótico de los medios, lo que implica una transformación constante de la información que se recibe a través de cualquiera de los sentidos, una aceptación rutinaria de contradicciones completamente irracionales, y por supuesto la inversión del significado de las palabras más importantes, las que más daño podrían hacer al sistema.
Los ciudadanos sometidos a un control más estricto en este sentido, es decir, los que tienen que llevar más cuidado con lo que dicen y piensan, son por supuesto los miembros de la élite intelectual, los únicos con posibilidad de intervenir en la esfera de la información pública. La mayor parte de los miembros de esta clase, sea cual sea su área de investigación, comunicación, o docencia, trabajan siempre desde este doblepensamiento, o desde el discurso y las bases teóricas que el doblepensamiento ha generado en ese campo en concreto. El que no lo hace, el que es capaz de eludir esta hipnosis sin ser capaz de ocultarlo, es automáticamente estigmatizado como crimental, es decir, como criminal mental.
Es por ello este nombre, crimentales, un homenaje a todos los autores que puedan identificarse con esta estigmatización, incluyendo por supuesto a los firmantes de los libros que publicamos. Y también, como el lector se habrá percatado, la justificación de dicho nombre es la auténtica razón de esta pequeña, pero necesaria, clase de ciencia-ficción.